La polarización como estrategia, por Valeria Moy
Post date: Sep 27, 2018 4:07:03 AM
Llevamos diez días hablando sobre un término utilizado por el presidente electo al inicio de su gira de agradecimiento en Nayarit. Los que opinan, los medios, las redes, los foros han discutido el significado del término bancarrota. Recurrimos a los diccionarios, a las metáforas y a los sentimientos para tratar de entender un término que en otro momento hubiéramos considerado claro. Unos citan un artículo, otros citan otro, evidentemente escogiendo el que más convenga a los argumentos de cada uno.
Resulta que, de lo que descubro, cuando alguien menciona que está en bancarrota, bajo ninguna circunstancia se puede asumir que esa persona se encuentra en tales aprietos económicos que no puede hacerle frente a sus obligaciones financieras. Quizás la bancarrota en la que se encuentre sea moral, espiritual, anímica, o incluso podría deberse al descrédito de su sistema de creencias o valores, aludiendo a una de las acepciones del término bancarrota que menciona Lorenzo Meyer en su multicitado artículo en El Universal.
Parece inútil aclarar que financieramente el país no está en bancarrota. Decir que no lo está, en el entorno mediático y de redes enrarecido que se vive ahora, representa extrañamente una aprobación del manejo de las finanzas públicas que ha llevado a cabo esta administración. Evidentemente no basta haber escrito artículos alertando sobre el incremento de la deuda, estudiar el Presupuesto y haber alzado la voz para difundir cómo el costo financiero de la deuda se come cada vez una porción mayor del Presupuesto. Decir que el país no está en bancarrota, en este entorno extraño que se vive hoy, significa aparentemente negar la pobreza del país, pretender que no existe la desigualdad o ser creyente de los dogmas del neoliberalismo (lo que sea que eso signifique). No sé en qué momento se alcanzan esas conclusiones.
Hay quien dice que no es relevante, que no importa, que no pasa nada. Total, los mercados financieros no reaccionaron, el presidente electo puede decir lo que sea porque 30 millones de mexicanos votaron por él. Difiero. A mi parecer, las palabras importan. Quizás no se hayan movido los mercados, pero sí ha habido un impacto. Un impacto que no es ajeno al discurso que Andrés Manuel López Obrador ha llevado desde siempre: la polarización.
Reconozco un rasgo positivo de esa polarización. Nos involucramos más y en temas diversos. Viendo el vaso medio lleno, esto puede contribuir al aprendizaje. Hoy sabemos más de aeropuertos que lo que sabíamos hace un año. Ya conocemos las varias acepciones de bancarrota. Ayer, un diputado federal por Oaxaca comentó que se deberían usar las reservas internacionales de Banco de México para resolver la bancarrota… Bancarrota que no existe, porque si la que existe, como se ha señalado, es la moral, pues no servirán de mucho las reservas internacionales. Así que, en una de esas, en pocos días también aprenderemos más de política monetaria, de reservas internaciones y de finanzas públicas.
Así, la utilización —desde mi óptica, equivocada— del término bancarrota cuando lo que estaba tratando de transmitir el presidente electo a la gente que lo escuchaba era que no podría cumplirles todas sus demandas, como es normal, ha derivado en una discusión, polarizada desde luego, sobre el uso que se le debería de dar a las reservas internacionales, sin tener el menor reparo en las consideraciones monetarias y económicas que esto tendría sobre el país.
Pero la polarización lleva también a enojo y a agresión. Se vuelve un escenario de unos contra otros. Y este entorno se fermenta aún más con las mesas de debate en todos los medios, donde se enfrentan posiciones, pero se debate poco. Se han ido generando, derivado de la propia polarización, grupos que están dispuestos a defender lo que sea, pero no están tan dispuestos a escuchar. A veces parecen diálogos de sordos donde cada quien dice lo que quiere y cada quien escucha lo que le acomoda. Aplica para ambos lados de la discusión de que se trate.
La cuarta transformación que pregonaba amor y paz no se ha quedado ni en las palabras. Si en algo ha sido exitosa es en confrontar y en alejar posiciones en las que estoy convencida que podrían lograrse lugares intermedios y puntos de acuerdo. No hay un resquicio de amor y paz en los seguidores de López Obrador que agreden sin ningún control de sus palabras ni de sus expresiones, protegidos por el anonimato o por la distancia de las redes sociales. No hay deseo de escuchar ni de convencer. Solo hay deseo de marcar distancias: ustedes y nosotros.
Puede ser que la polarización funcione como estrategia política. Divide y vencerás, dicen por ahí. Quizás estas divisiones ganen elecciones, pero no lograrán mejorar un país al que mucha falta le hace avanzar. La polarización hará que las grietas se vuelvan abismos.
Por Valeria Moy, El Financiero, 26 de Septiembre de 2018